@ Ivette Durán Calderón
Se rumoreaba que el inquieto explorador y naturista alemán había
muerto en América, por ello el retorno de Alexander Humboldt sorprendió a
Europa, su pasión por la botánica, la geología y la mineralogía lo animaron a
pedir permiso para embarcarse rumbo a las colonias españolas de América del Sur
y Centroamérica, su prolongada ausencia había generado hablillas de las más
inverosímiles como las de París, en las que decían que había muerto a manos de
unos aborígenes, o las de Hamburgo que aseguraban su muerte a causa de la
fiebre amarilla.
Al desembarcar en Francia, Humboldt pudo darse cuenta que en
los cinco años de su alejamiento hubieron grandes cambios, tantos, que la
república que él dejó estaba convertida en un poderoso imperio a la cabeza de
Napoleón Bonaparte, quien había convertido a París en el centro científico del
mundo por su gran afición al desarrollo de las ciencias. Decidió entonces asentar
su residencia en París para dedicarse a la recopilación, ordenación y
publicación del material recogido en su expedición, contenido todo él en
treinta volúmenes que llevan por título Viaje
a las regiones equinocciales del Nuevo Continente.
Pese a lo modesto de su hogar, no tardó en convertirse en el
centro de reuniones de los hombres de ciencia, artistas, estadistas y lo más
selecto de la sociedad parisina.
Fueron esas circunstancias las que reunieron al entonces
futuro libertador de naciones, el venezolano Simón José Antonio de la Santísima
Trinidad Bolívar y Palacios Ponte-Andrade y Blanco, de veintidós abriles, con
el alemán Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander Freiherr von Humboldt quien
contaba entonces con treinta y seis años de edad, quien además de erudición,
sabiduría y entusiasmo contagiantes al hablar sobre el clima, la flora y la
fauna de los lugares visitados, podía determinar longitudes y latitudes,
medidas del campo magnético terrestre, como esmerarse en explicar las
estadísticas de las condiciones sociales y económicas que se daban en las
colonias de España.
Bolívar lo escuchaba embelesado y sorprendido de enterarse de
los sentimientos y aspiraciones que se manifestaban en los pueblos
sudamericanos, despertaban su interés tanto la realidad de los Valles de
Aragua, como Nueva Granada, Venezuela, Quito, Perú y esas extensas llanuras del
sur; fueron veladas tan amenas como extensas, Humboldt con su vasta cultura
enciclopédica, pergreñaba su gran obra abarcando campos tan dispares como los de
las ciencias naturales, la geografía, la geología y la física. Le complacía
repetir la traducción española de su nombre: Federico Guillermo Enrique
Alejandro de Humboldt. Ambos bromeaban acerca de lo difícil que era para sus
interlocutores memorizar sus extensos nombres y apellidos, aunque cada uno se
presentaba a sí mismo como Simón Bolívar y Alexander Humboldt, respectivamente. No sabían en ese entonce que ambos iban a disfrutar de las mieles
del amor con una misma damisela, a quien recordarìan como la “Güera” Rodríguez, una
hermosa mujer mexicana que habría enseñado el arte del amor a Simón Bolívar
cuando apenas era ambos mozuelos, y mostrado detalladamente la geografía de su cuerpo
al viajero y científico alemán. Quien visite Guanajuato, podrá escuchar tal historia.
Una tarde, convencido de que ya había escuchado lo suficiente
y de coincidir con el sentir de su amigo, Bolívar exclamó eufórico:
“Radiante destino en verdad, el del Nuevo Mundo, si sus pueblos se vieran
libres de ese yugo, y ¡qué empresa más sublime!” recibiendo la inmediata respuesta de Humboldt: –“Yo creo que su país está ya
maduro, sin embargo no veo al hombre que pueda realizarla”.
Esas palabras laceraron el sentir del joven americano, sintió un
estremecimiento y guardó silencio.
Aquel memorable día, haciéndonos eco del decir de Jules
Mancini biógrafo clásico del Libertador, salió Bolívar meditabundo de la
habitación de Humboldt, retumbaban en sus oídos aquellos problemas sociales
sudamericanos, quedó convencido de que su amigo repudiaba la esclavitud y que
combatía toda forma de opresión y discriminación. Un resplandor había iluminado
su espíritu. Acababa de ver el objetivo hacia donde dirigir sus energías, vislumbró
la obra magna a la que habría de dedicarse. Resolvió no continuar viviendo tan
inútilmente y desde ese mismo instante se consagró a la libertad tal como se
habría entregado a los goces del placer. Ese día nació la firme idea de coadyuvar a la
liberación de las que son hoy seis naciones: Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá,
Perú y Venezuela.
Simón y Alexander, Bolívar y Humboldt fueron amigos
entrañables, mantuvieron correspondencia mientras pudieron, pero una misiva fue
especialmente importante, la Carta de Jamaica - sellada el 15 de septiembre de
1815- donde se establecen las razones de los españoles americanos para la
independencia, el llamado a Europa a apoyar la causa hispanoamericana y las perspectivas
futuras de cada república, fueron las bases de lo que hoy conocemos como “El
arte de la independencia”. Cada uno por su lado, dispuso de su fortuna personal
para financiar sus ideales. Bolívar solía decir de Humboldt: "Descubridor
científico del Nuevo Mundo cuyo estudio ha dado a América algo mejor que todos
los Conquistadores juntos". En 1827 Humboldt regresó a Berlín, se
involucró en la recuperación de la comunidad académica y científica alemana; fue
nombrado chambelán del rey y se convirtió en uno de sus principales consejeros.
Por su parte Bolívar había ya alcanzado la gloria como Libertador y luchaba por
la federación de las naciones libertadas.
Fuentes de consulta:
ÁLVAREZ LÓPEZ, ENRIQUE. 1960. “El viaje a América de Humboldt
y Aimé Bonpland y las relaciones científicas de ambos expedicionarios con los
naturalistas de su tiempo”. Tomo II
MANCINI, JULES. 1944 “Bolivar et l'émancipation des
colonies espagnoles des origines à 1815”
CHARDON E. CARLOS. 1949 “Los naturalistas en la América
Latina”. Tomo I