Todo es posible en la vida. Y
hablando de lo “imposible”, decía Montaigne a su secretaria: “no me digas nunca esa mala palabra”. La
labor admirable de la humanidad es obra del hombre, del hombre que ha pasado
altivo, con visión de águila, con mirada profunda, con voluntad intangible. Del
hombre que tiene fe en el futuro de sus semejantes, amor por su trabajo, por su
vida, y una palabra adecuada a su acción.
Del hombre, en suma, del ser humano sin distinción de edad, sexo, raza o religión. Ese ser humano vio, sintió y
escuchó. ¡Alcanzó y comprendió!
Pudo comprobar que de dos predios
con zarzas iguales, trabajando en uno trazó su jardín cuajado de flores y vio
nacer desde él la aurora de su vida interior, de su conciencia clara, de su
amor por la vida.
Todo lo ha construido con
optimismo, coraje y voluntad. Todo lo ha soñado dando a su tarea la meta
deseada. Escuchó las voces de alerta, las llamadas de aquellos que desean saber
y no encuentran quien les enseñe, vio los ojos plácidos de los niños, sintió el
trabajo lento y pausado de la naturaleza engranando flores y frutas, perfumes,
viento, agua y cielo.
Comprendió que él podía dar,
debía dar y que para ello iba a ser un león, águila y paloma.
Todo es posible.
Tal vez este ser humano simbólico
se halle adormecido en el alma de muchos de los que lean estas líneas, pero
diariamente veremos surgir su espíritu inmortal en pequeñas páginas, en obras
sencillas, en gestos inspirados.
Conocedores de cuánto vale el
esfuerzo, el sacrificio, la voluntad y el amor a la labor comenzada que por
buena y fértil no debe cesar jamás, no olvidemos que esa obra iniciada alumbra
el camino dando a la existencia su razón de ser.
Así, con las virtudes enunciadas
se realizan las empresas meritorias, los trabajos educativos y sociales, es
decir, todas las obras que elevan el nivel moral e intelectual de cualquier ser
humano. ¿Posible? ¡Sí! con esfuerzo y perseverancia.
