©Ivette Durán Calderón
No es cuestión de protocolo, ceremonial ni simple cortesía, es cuestión de urbanidad, sin caer —que no estaría mal—, en los mal llamados arcaísmos de Las Máximas de Ptahhotep; los claros preceptos sociales de Confucio; las normas de Luis XIV; Erasmo de Roterdam y su libro sobre los buenos modales; Baldassare Castiglione (el cortesano)y sus estrictas reglas para los caballeros; El Galateo, escrito por Giovanni della Casa; Adolph von Knigge y su libro Uber den Umganng mit Menschen (Relaciones Humanas) y el Manual de Urbanidad del recordado profesor Carreño, quien educó a muchos hoy abuelos o padres y sus consejos van rotando de generación en generación, de manera oral, y particularmente con el ejemplo de sus actos diarios.
No es que me considere una dama a
la antigua, más bien me considero una mujer muy acorde a la vida diaria, me
gusta vestir a la moda, siempre y cuando esa moda me favorezca, en cuanto a
colores, corte, diseño y accesorios. Lo cierto es que mi actividad —que me
obliga a viajar constantemente—, y a mantener actualizados mis
conocimientos acerca de las normas sociales y las reglas básicas de etiqueta
social de cada país, tomando en cuenta, además, aquellos desagradables estratos
sociales, los que —más que sociales—, son más bien, económicos y no todos, de
buenas costumbres.
Y es que cada país, tiene sus tradiciones
tan castizas, como curiosas; sin embargo, existe un patrón común, que es a todas
luces, universal: consideración, higiene y respeto. Sumamos a este aspecto, las
tres llaves de oro de las relaciones humanas: “por favor”, “disculpe” y “gracias”,
es decir, las normas básicas de la urbanidad y los buenos modales.
Las normas básicas de urbanidad y convivencia social son parte de las relaciones humanas desde tiempos inmemoriales, en cualquier punto geográfico y en cualquier idioma. Así ha sido, así es y así será.
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