domingo, 28 de julio de 2019

La importancia del Prólogo de toda obra literaria. ©Ivette Durán Calderón




La responsabilidad de presentar una obra, recomendarla, resumirla y presentarla como
lectura atractiva, útil o necesaria, es muy grande para todo prologuista. Demanda una actitud mental altamente positiva que lo conduzca a circunscribirse dentro de los límites señalados por los cánones para cumplir con ese gratificante, aunque no siempre fácil cometido.
Un prólogo debe ser, al mismo tiempo, una breve síntesis de la obra, una sincera crítica no detallada del contenido que refleje la personalidad y estilo del autor.
Muchas veces se puede correr el riesgo de escribir un nuevo capítulo e introducirlo como parte de la propia obra. Por otro lado, el riesgo también es permanente al prologar de manera superficial e irresponsable halagando, más que analizando la obra.
Etimológicamente, la palabra prólogo registra su origen en el griego πρόλογος, traducido como “prólogos”, “pro” = antes y “logos” = palabra, refiriéndose literalmente al que habla antes; tomemos en cuenta que se aplicaba al breve discurso o dichos de alguno de los actores de la comedia griega, quien, al salir al escenario, antes que el resto, recitaba la introducción al desarrollo de la obra.
Con el paso del tiempo y sin que medie regla específica, se fue imponiendo el prólogo como un texto de presentación explicativo escrito con estilo literario propio del prologuista, generalmente por su prestigio o conocimiento del tema en cuestión, de ese modo se agrega a la obra mayor objetividad. Muchas veces se recurre a la fama y nombre de un buen autor consagrado o en su ausencia, será el propio autor quien se ocupe del prólogo para no desmerecer la oportunidad de introducir y captar la atención de sus potenciales lectores.
Tóme en cuenta el autor, que para solicitar la prologación de su obra, debe considerar que ésta deberá ser leída, analizada y contrastada antes de emitirla, lo cual implica tiempo, dedicación y esfuerzo.
Antes de conceptualizar la palabra prólogo, resulta más beneficioso ejemplificarlo, para ello
recurrimos acertadamente a Miguel de Cervantes Saavedra, autor y prologuista de su inmortal obra Don Quijote. Se reconoce como autor orgulloso de su obra, enfatiza en que el lector no encontrará citas de autores famosos ni sonetos de elogio, asimismo, recomienda al lector que no se abstenga de crítica.
Conviene aclarar al aprendiz de prologuista, que el prólogo se redacta después de concluida la obra, puesto que debe contener una breve síntesis de su contenido, cuando es el propio autor el que lo escribe. En el caso de que sea un tercero el prologuista, además de presentarlo debe criticarlo y recomendarlo.
No es infrecuente confundir el prefacio, preámbulo, proemio, exordio con el prólogo, cabe aclarar que el prefacio y afines, se escriben antes de escribir la obra.
Los prólogos, si bien son importantes no son indispensables, aunque se debe reconocer que ayudan mucho a entender el contenido de la obra, la habilidad del prologuista ayuda mucho.
Las reimpresiones no necesitan reescribir su prólogo, en cambio se debe prever un nuevo prólogo para cada reedición.

viernes, 25 de enero de 2019

CRONÓFAGOS Aquellos devoradores del tiempo…ajeno.




© Ivette Durán Calderón
Poco se ha escrito acerca de los cronófagos, al punto de que muchas personas piensan que es un sustantivo inventado por alguien.
Han asociado este término con el de misógino. Silvia de Picco, explica los obstáculos que tienen las mujeres para realizarse personalmente, debido a una extraña conspiración de los cronófagos, a los cuales además llama caníbales y consumidores del tiempo femenino.



Montherlant llamó cronófagos a los “devoradores”de tiempo. Se llama así, no a los que buscando mayor eficiencia a sus vidas, avanzan a pasos gigantes y conquistan nuevas tierras cada día, tampoco lo son aquellos que disipan lamentablemente sus horas, yendo tras de ideales estériles o en tareas inútiles.



El cronófago es un tipo patológico muy especial, muy difundido, enemigo declarado del hombre que tiene ganas de vivir, de trabajar, de triunfar. El cronófago es el que visita un taller en horas de trabajo y va de puerta en puerta hablando con los trabajadores y destruyendo con su meliflua charla, la labor provechosa que esas manos tratan de hacer; va a las redacciones y distrae al personal. En las fábricas, en los conservatorios, en las aulas, medios de comunicación, negocios, etc., en toda congregación de gente que trabaja, hay cronófagos. Y no se valen solamente de la visita; cuando se los rechaza, acuden al teléfono, al móvil a los mensajes, al Internet, al chat, a la correspondencia, al “encuentro casual” y muchos otros medios. A veces destruyen el espíritu constructivo y creador de los demás, a fuerza de inculcarles su zumbido de zánganos; y luego son los primeros en reprocharles el fracaso, si éste se produce.
Y llevan así una vida poblada solamente de ecos, de bambolla: vacía. Para el que aspira a vivir mucho y con eficiencia, para el que aspira hacer una estada provechosa y feliz en el mundo, es un deber imperioso despojarse del pesado lastre de los cronófagos.
Ya lo decía André Maurois: “Muchos seres humanos se quejan de la brevedad de la vida, ¿pero es que viven siquiera ocho horas al día?”.
Y en verdad, a quien no sabe ahorrar su tiempo, a quien no rinde lo que debiera, ni en cantidad ni en calidad, le diríamos: “Viva cien años, porque eso puede conseguirlo haciendo vida sana; pero no viva cien años de 365 días ociosos, sino un verdadero siglo de horas activas. ¿No le decimos acaso “viva”? Vivir es actuar, es funcionar, es moverse. Y así su vida se medirá por las horas de provecho, no por las de holganza, menos de maldad.
Por eso, aléjese de los cronófagos que, al devorar su tiempo, se devoran lo mejor de su vida: el rendimiento, la verdadera eficiencia de su actividad.


Sin embargo, pese a lo dicho, en algunos casos un cronófago puede ser útil; imaginemos
una circunstancia en la que no llega a tiempo un orador, un artista, un grupo, etc., lo que se hace es echar mano de los cronófagos para salvar la situación ante los asistentes, de aquellos que distraen, de los que  les hacen pasar el tiempo, de los que se los hacen perder, mientras llega el motivo central de atracción; no estamos hablando de teloneros, aprendices o principiantes, sino de alguien que no estaba en el programa, no es grato, pero puede ser útil.



Al respecto, conviene recordar que el año 2008, el profesor Stephen Hawking presentó el Devorador del tiempo un notable reloj, valorado en 1.8 millones de dólares, chapado en oro y sin manecillas, y en la cúspide, un saltamontes bautizado como "cronófago" o "devorador del tiempo". Se emplearon cinco años del trabajo de 200 personas entre otros, ingenieros, científicos y joyeros


El escape saltamontes recibe este nombre por recordar los movimientos que hacen las patitas traseras de este insecto, el cual sirve para recordar que "el tiempo es un destructor: cada minuto desaparece algo que uno no puede recuperar jamás". Llamó a la nueva versión del escape Cronófago, una bestia que hace funcionar al reloj "comiéndose al tiempo". 
Cada paso que da el insecto, marca un segundo y sus movimientos generan destellos de luces azules que viajan por la esfera hasta detenerse en la hora exacta. Pero el reloj sólo indica la hora con precisión cada cinco minutos. El resto del tiempo las luces sólo sirven de adorno…………………………………………………………….
Fuentes: Maurois - Pseudónimo de Emile Herzog, biógrafo, novelista y ensayista francés e intérprete de la cultura británica (1885-1967)
Henry de Montherlant, Novelista y dramaturgo francés de origen catalán (1826-1972)
Silvya Do Picco, periodista argentina autora de Mujer sin Fin (Editorial B 2007)
http://www.repubblica.it/2008/09/sezioni/scienza_e_tecnologia/orologio-hawking/orologio-hawking/orologio-hawking.html