@Ivette Durán Calderón
El hombre es por antonomasia un ser social, ya que puede y debe vivir en sociedad; para ello ha establecido normas que se han ido mejorando con el transcurrir del tiempo y con el progreso mismo de la humanidad.
Basándonos en las enseñanzas del filósofo francés Felicien Challaye, consideramos importante entender que para vivir en paz y buscar la felicidad, es necesario ser tolerantes con los errores ajenos, practicar la solidaridad e impartir justicia como un ideal importante del esfuerzo humano.
En el entendido de que el sentimiento que nos lleva a no perjudicar a otro es el de la justicia, al sentimiento que nos impulsa a hacer bien a los demás se le puede llamar caridad, entendiéndose por tal, el amor a los otros hombres sin que intervenga el amor de Dios.
En el entendido de que el sentimiento que nos lleva a no perjudicar a otro es el de la justicia, al sentimiento que nos impulsa a hacer bien a los demás se le puede llamar caridad, entendiéndose por tal, el amor a los otros hombres sin que intervenga el amor de Dios.
De ordinario los deberes del hombre para con la humanidad se dividen en deberes de justicia y deberes de caridad.
Los deberes de justicia son comúnmente negativos pues consisten en abstenerse antes que en obrar y se expresan por medio de negaciones: no matar, no robar, no hacer el mal, no mentir.
De hecho, la justicia es el respeto al derecho o a los derechos del otro. Asimismo, la justicia ha sido definida como el sentimiento que nos impulsa a no hacer daño a los demás, siendo precisamente justos.
EL vocablo es aplicable a los seres humanos y a las sociedades puesto que el hombre justo procura no hacer a los otros lo que a él no quisiera que otros le hiciesen. Una sociedad justa es una sociedad en que los derechos de todos son igualmente respetados.
De un modo general, los deberes de justicia consisten en respetar la vida de los demás, su libertad, su facultad de pensar libremente, su propiedad, su honor, los contratos suscritos y las promesas hechas.
Es verdad que nuestro honor salvaguardado dentro de nosotros mismos, se hallará libre de todo ataque exterior, y además, es injusto privar a los demás del beneficio de la buena reputación motivados por intereses mezquinos, sean éstos políticos o simplemente personales. En este aspecto se condenan la injuria y el ultraje; la maledicencia que da a conocer malvadamente las intimidades y faltas de otro; la delación que denuncia secretamente la comisión de faltas que las autoridades pueden castigar; la calumnia que une la maldad con la mentira y puede llegar a ocasionar estragos en las familias y en las naciones. En suma, son censurables todos los actos que dañan el honor.
La calumnia y el daño al honor son temas ancestrales y tan antiguos como la humanidad, son el arma favorita de los traidores, gratuitos detractores, fracasados, mediocres y de los envidiosos. Con demasiada frecuencia se comete el error de decir: "no hay humo sin fuego" es entonces cuando los difamadores pérfidos aprovechan este estado de espíritu al repetir esta frase: "calumnia, calumnia que algo queda". En contraposición es conocido el axioma: "un brillante brilla hasta en el basural".
Dañar el honor es la sempiterna agresión rastrera y furtiva de quienes son incapaces de enfrentar a sus enemigos de frente y sin temor a las consecuencias. Recordemos que la calumnia y sus consecuencias son el tema central de la obra clásica "Otelo" de William Shakespeare.
Sin embargo, es preciso aclarar que cuando se presenta un caso de verdadero interés nacional como ser la falta de honradez de ciertos hombres públicos y la denuncia va acompañada de pruebas, las responsabilidades consecuentes van implícitas; el cumplimiento de este deber constituye un acto tanto más meritorio, cuanto mayores son los riesgos de los que va acompañado.
¿Cómo comportarnos con quien nos ha hecho daño o nos ha ofendido? La moral religiosa de Cristo y de Buda nos dicen que "hay que ser indulgente y perdonar"; idea aceptable, sin embargo, no confundamos el perdonar con nuestro deber de precautelar nuestros derechos y defender nuestro honor cuando éstos son vulnerados, violados, vejados o vilipendiados.
El pensamiento del célebre Confucio parecer ser menos idealista cuando se trata de "devolver bien por bien y justicia por injusticia" acotando su magnánima sentencia: "deseo larga vida a mis enemigos…para que contemplen mis éxitos".
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